Nacida en Turquía el 23 de abril de 1936, Suna Smith partió de este mundo el 8 de julio en Camrose, Alberta, donde vivió por más de la mitad de sus 80 años. Una muy reconocida psiquiatra y mujer profesional, Suna siempre amo a su familia y conoció a su primer bisnieto horas antes de morir. Suna se juntó con los Asociados de la Providencia en el año 2000. La siguiente memoria la escribió en su honor la Asociada de la Providencia de Camrose Miriam Hanoski.
La Doctora Suna Smith tenía una personalidad exuberante y generosa, y era muy bien querida por todos. Cuando yo la conocí por primera vez, tuve un poco de miedo de entrar en una relación con ella (me veo a mi misma como una persona muy callada). Sin embargo, rápidamente nos hicimos muy amigas cuando ella se unió a nuestro programa RCIA en Camrose como patrocinadora y luego se hizo parte de nuestro equipo como presentadora.
Aprendimos que ella siempre se sentía bien en cualquier situación, cuando Suna, la Hermana Bernadine Bokenfohr y yo viajamos a El Progreso, Perú para visita la misión de las Hermanas de la Providencia.
La hermana de la Hermana Bernadine, Hermana Rose-Marie Bokenfohr, actuó como una traductora y guía de turista. Anduvimos recorriendo la zona en un día frío y lluvioso. Después de un largo recorrido en un camión, regresamos a nuestro hotel, frías hasta los huesos. Suna anunció que un ponche caliente nos calentaría enseguida, pero el camarero del bar no tenía idea de cómo hacer uno. Entonces ella le dijo, “¡A un lado! ¡Yo te enseñaré cómo!”, y procedió a enseñarle cómo hacer su primer ponche caliente.
Su generosidad no conoció fronteras. Mientras visitaba la escuela secundaria local en El Progreso, a Suna le impresión saber que no contaban con microscopios. Inmediatamente hizo arreglos para irse a Lima con una maestra, a comprar un microscopio.
En otra ocasión, ahora en el Canadá, cuando un nuevo párroco había llegado desde Filipinas en septiembre y no estando acostumbrado a nuestro clima tan frío, Suna se lo llevó de comprar. Así lo vistió totalmente con ropas calientes y botas de invierno.
En casa, ella siempre fue excepcionalmente buena con sus enfermeras en el departamento psiquiátrico del Hospital St. Mary’s. Las motivaba a actualizarse en cada oportunidad y las involucraba cuando organizaba quién traía qué de comer para alguna fiesta para sus pacientes.
Cada año Suna proveía los ingredientes necesarios para que sus pacientes pudiesen ornear pastelillos, para recaudar fondos para la misión en el Perú. La venta de estas golosinas se llevaba a cabo en el hospital y Suna era nuestra abogada de publicidad por excelencia.
Conocer a Suna significó siempre aventuras inesperadas y sorpresas. Ella amó la vida y nosotras la extrañaremos con cariño.