POR JAMIE SWIFT
Hacia atrás, a la mitad de los años 50s, el tío Eberts me ofreció un regalo único. Por lo menos lo fue para un niño de cinco años de edad.
Me invitó a subirme con él en una excavadora grande y de color amarillo que el había rentado para trabajar en un camino que estaba haciendo. Vivíamos al lado de Eberts Macintyre en la región de Gatineau, al sur de Wakefield. Él era el cuñado de mi abuelo, mi tío honorario.
Además de la aventura de la excavadora, el tío Eberts era muy impresionante porque era un señor de edad avanzada muy energético, algo sordo, con una placa de metal en su cabeza. Sufrió sus heridas en la Primera Guerra Mundial. La historia de la placa de metal fue, para un muchacho joven, tan impresionante como la excavadora. El tío Eberts era una excelente persona.
Él era también uno de los primeros autores acerca de la batalla de Vimy Ridge. El escribió Canadá en Vimy en 1967 a la edad de 82 años. El tío Eberts reflexionó allí acerca de la Gran Guerra, sus experiencias y el legado de ese terrible conflicto.
Personalmente, estuve contenta de volver a leer este libro cuando el historiador Ian McKay y yo estuvimos trabajando en nuestra propia manera de ver la Gran Guerra. El tío Eberts fue ciertamente un hombre militar patriótico: El no dudo de escribir, en la ocasión de los cien años del Canadá, que Vimy fue “un tributo glorioso a nuestro pasado.”
Pero también el escrudiñó la guerra con la visión de alguien que contaba con la experiencia de haber estado allí. Él era excepcional entre los escritores de la guerra al apuntar que entre los 750,000 estimados “jóvenes que dejaron su propia sangre en esa colina histórica,” la mayor parte eran alemanes. Esa estadística tan terrible lo inspiró a él como “un recordatorio lúgubre de la futilidad de la guerra,” frase que los nacionalistas marciales del siglo veintiuno evadieron consistentemente. El tío Eberts la usó sin auto-conciencia.
Hasta el plan de Vimy sembró dudas en su mente. En la víspera de la batalla, escribe, “Causaba nauseas contemplar los horrores que los representantes de dos naciones cristianas infligirían unos a otros en este tiempo del festival de la Pascua de la Resurrección, cada lado creyendo que tenía la razón.”
Por supuesto que nuestro nuevo libro con su título sugestivo, difiere de Canadá en Vimy. No estuvimos nosotros allí, así que tomamos un enfoque diferente. El tío Eberts tenía sus diarios y su memoria. Tuvimos acceso a cientos de manuscritos y archivos acerca de la guerra. Y, de manera más general, acerca de cómo la guerra – y guerras en general – son recordadas y conmemoradas. Esperamos que La Trampa de Vimy enseñe que complejo puede ser nuestro sentido del pasado del Canadá.
Esperamos que pruebe también que tristemente simplista y simplemente errónea puede ser la teoría del Big Bang acerca de los origines del Canadá. Mientras que tengo un Vimy: El nacimiento de una nación casquillo de la Legión, es una reclamación errónea que desafiamos en La Trampa de Vimy.
Arcaica, plática romántica acerca del valor y la gloria de la Gran Guerra, permanece en nosotros. De la misma manera el pavoneo patriótico de aquellos que aún hoy hablan de manera entusiasta acerca de las guerras, las cuales no experimentaron directamente, y de las cuales probablemente nunca sufrirán. Nuestro libro busca entender cómo la tragedia ha sido recordada y cómo esa memoria ha cambiado – y la han cambiado – conforme hombres como Eberts Macintyre hace mucho tiempo que pasaron por tal escena. Buscamos recordar la guerra de una manera realista y compasiva, y de resolver que esos días dolorosos y oscuros no se experimenten nunca más.